Había una vez una mujercilla que quería ser escritora (o
aspirante a*, que viene a ser lo mismo). Creía tanto en sí misma como aquel
cocodrilo que quería volar, como aquella gallina con minusvalía que soñaba con
soñar y como aquella maraca que añoraba el silencio en sus movimientos) Total,
que a la pobre se le ocurrió la brillante idea de abrir una página en internet
donde poner en marcha toda su bendita imaginación; “Relatos a babor” la llamó, no, mejor: “palíndromos
y otras mierdas”. Tampoco; “satisfacción literaria”. Nada, “Absenta Mare” fue
la opción que ganó, no tenía ni puta idea de lo que significaba pero sonaba
bien, total, lo mismo le pasaba con ciertos vocablos del idioma español, léase:
monstrenco/abigarrado/miasmas/calostro y ahí la tienes, utilizando esos
vocablos como si tal cosa en sus cuentos para locos, y oye, francamente, a
quién coño le importa, nadie dijo que para ser escritora hubiera que conocer el
lenguaje, y si no que se lo pregunten a Don Alberto Pescante, escritorucho del
siglo XV, que por cierto, cómo mola el pasado, tachán: el maravilloso universo
paralelo de la memoria, sublime.
Seguimos.
La mujer que de manera esporádica se autodenominaba
escritorcilla se enfrentaba por primera vez al terror de su paginita en blanco,
su pluma en forma de teclado, sus petunias malolientes en el vasito con agua,
su incienso y su canesú.
Allá voy – se decía.
Y en ese preciso momento, en forma de huracán atravesándole
la yugular y siete espadas estrangulándole el esternocleidomastoideo y trece
ametralladoras llenándole de agujeros el corazón, le asolaba en mayúsculas la
palabra ‘HUIDA’. Huye escritorcilla, huye! Es imposible que tu pegamento
natural consiga una historia coherente uniendo esas mierdas de palabras que se
le ocurrieron a ese don juan! A saber: petanca, tropezón, lazarillo y alcorcón.
Y huía, claro que huía, con ese tremendo cansancio que se
apodera de los dedos cuando los obligas, sin serlo, a convertirse en alas de
libélula capaces de iluminar un rincón. Desaparecía el rincón, las ganas de
respirar, la fortaleza, el entusiasmo. Allí se quedaba la escritorcilla, con
los ojos peleando con la vida, con la frente azul de tanto pensar, con voz de
pitufo, rodeada de sonidos y luces estruendosas dentro de un caleidoscopio, con
su remordimiento personal por haber abierto una página sin tener ni puta idea
de inventar.
Sola, cansancio. Cansancio, soledad.
Y aun así, inventaba:
“Érase una vez un hombre corriendo detrás de un autobús…”
“Érase una vez un perro que se murió en un asilo…”
“Érase una vez cuatro pandillas de negros con hipoteca… “
“Érase una vez una gota de agua correteando por una tubería
que tenía un tapón…”
“Érase una vez… Fin”
Y triunfó, vaya si triunfó. Años después, en uno de esos
otros universos paralelos llamados futuro, todos los hombres del pueblo soñaban
con Vanessa. Iban al ‘Pétalos’ por la tarde, por la mañana, de madrugada y al
anochecer. Y Vanessa abría sus piernas y cerraba la memoria. Vanessa les
hablaba del amor, les escribía notitas que dejaba en la habitación y sonreía. Sonreía
por haber conseguido ser lo que cada uno es y no lo que queda bien.
La página de Internet
seguía abierta.
Al fin y al cabo escribir
es ser un poco puta:
vendes historias de
ficción
para un montón de
locos,
haciendo creer que
todo es real.
Como cobrar por
follar.
De corrido, a toda velocidad por ese mar de escritorcilla que expele fuerza y llena un estadio. Parece fácil, pero es humo engañoso plagado de imaginación.
ResponderEliminarUn placer leerte.
Atentamente Johnson Ulises
Bueno no se si me recuerdes Nebroa...no he logrado acceder a Orillas de que? bueno sinceramente deseaba leerte...
ResponderEliminarMe encanta como escribes aunque hace bastante no te leo..como quiera recibe un saludo desde Chihuahua México.
Quetzalli
Saludos Nebroa..intenté visitar a Orillas de que? pero parece que has cerrado el acceso..me gusta leerte aunque hace mucho no lo hacía. saludos desde el norte de México..espero me recuerdes .
ResponderEliminarQuetzalli