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viernes, 20 de septiembre de 2013

Relato nº 11 Johnson Ulises - El pasado siempre vuelve

Jaime miraba por la ventana desde su inseparable compañera de ruedas, tenia una minusvalía a causa de un accidente de pesca en el cantábrico, un atun le golpeo precipitandole al agua, por el camino un cavo le daño la columna a pocos meses de jubilarse. A su regreso todo cambio, tras unos años arrastrando una adicción al alcohol, termino en Madrid. Llevaba un tiempo escribiendo sus memorias, plasmaba a pluma retazos de su vida que luego hilvanaba como podía. Entre capitulo y capitulo pegaba un lingotazo a la petaca. En el asilo donde estaba, habían intentado quitársela varias veces, pero finalmente le dejaron conservarla, se convertía en un animal insoportable sin ella, hay quien no aguanta la falta de café o tabaco, a Jaime era mejor no privarle del combustible, ademas, era un "borracho decente", tenía experiencia.

Las hojas caían lentamente, como si quisieran retrasar la llegada del invierno, mejor así, que duros eran en la península, nada que ver con su tierra. En esta época del año siempre ocurría lo mismo, Jaime miraba a su espalda, buscando una sombra que nunca se aparecía, llego a pensar que todo había sido un sueño, y que los fantasmas solo vivían en su cabeza. De vez en cuando se dejaba caer un hijo, o un hermano, nunca su ex mujer, aquello duro poco, tres eran demasiados en un matrimonio, al final gano la botella. Los otros se pasaban mas por culpabilidad, el cariño lo desgasto la apatía del anciano. Un mostrenco celador le saco de su mente, con un suabe toque de frente, allí todos sabían que era mejor no molestarlo por la espalda, nunca sabían como iba a reaccionar.
- ¿Que quieres Norman?- Sabía quién era sin abrir los ojos, cada uno tenia su olor a modo de DNI.
- Es la hora señor Barreiro-
- Si no queda mas remedio- todos los martes y jueves tocaba baño - acabemos cuanto antes-.
Por el camino saludó a Petunia, una anciana encantadora que jamas se había molestado por nada. Bajo esa capa de mujer delicada y amable se escondía una hembra de hierro.
Más tarde el desayuno, ¿qué tocaría hoy?, no tardo en averiguarlo, un tazón de café y tostadas con mantequilla, acompañado de la bollería de costumbre, congelada y saturada de grasas transgenicas. Después de untar en el liquido oscuro el pan amantequillado, la grasa formo un caleidoscopio de brillantes esferitas incompatibles con el café, el conjunto parecía los calostros de las vacas de su pueblo amado junto al mar. Un tropezón estuvo a punto de ahogarlo, tosió hasta dañarse la garganta y ponerse azul, el pelo blanco se le arremolino, parecía un pitufo desencajado. Se masajeo los esternocleidomastoideos. En la mesa de al lado estaban Paco y los otros, aquellos ancianos obsesivos se comportaban como si aun estuvieran en sus antiguos trabajos, ex banqueros, corredores de seguros, inversores y demás calaña. Completamente adictos a la bolsa, escuchaban sus pequeñas radios que gorjeaban ruiditos molestos, invocando dioses como el PIB, el EURIBOR, el IVA y cosas así. Apretó la palanquita del reposa brazos derecho y salio de allí, concentrándose en el zumbido del motor de su amiga eléctrica.

Ya en su agujero lo dejaron junto a la ventana. Pepe, el vecino de la derecha, escuchaba música de su tierra, las maracas atronaban y las voces del casete decían azúcar cada dos por tres, el tío se pasaba las horas montando maquetas victorianas, en ese momento acercaba el pescante de un carruaje real, abigarrado de adornos dorados, en un tembloroso intento de pegarlo al conjunto. También tenia barquitos, con figurillas humanas en cubierta a babor y estribor. Pero lo mas increíble era la gallina de dos metros, no encajaba en el cuadro. El asilo parecía un mundo de locos.
Un celador entro con un móvil en la mano.
- ¿Si?- colgué y espere a que se marchara. El pasado siempre vuelve, el fantasma tenia voz, y cuerpo, el infierno se me abrió bajo los pies.
Los remordimientos no servirían de nada, llevo la silla a la pared opuesta a la del maracas, en el zocalo dio unos golpecitos en una tubería. Al poco se presento un vejete enjuto y sonriente.
- ¿Como estas?- hablaba en tono confidente. Max era ingles, nadie sabia como había terminado allí, veterano guerra, miembro honorifico de la RAF, entretenía su vida, haciendo de los hábitos cotidianos una misión militar sin precedentes, tras la fachada de anciano infantil y juguetón se escondía una mente despierta, incansable.
- Necesito ayuda, tengo que salir de aquí-.
- Vaya, una operación de evasión-.
- Si, una huida-.
- No es lo mismo- era mejor no discutir esas cuestiones, podía resultar eterno.
- Vale, tengo que llamar pero no quiero usar los teléfonos del asilo, y necesito un hierro-.
- Bien, lo primero es fácil, lo segundo te costara caro-.
- Eso no es problema, puedes conseguirlo o no-.
- Con quien te crees que estas hablando, lo tengo todo en la habitación-.
- ¿Cuanto?-.
- 999, por ser tu-.
- Cof cof cof- desde el desayuno le daban ataques esporádicos de tos.
- No soy un estafador-.
- Tranquilo, no es por ti, ese palindromo me parece un buen precio-.
Después de cerrar el trato y llamar para comprar un billete de autobús, repaso junto a la ventana el plan, podía permitirse un coche alquilado con chófer, pero eso dejaba rastro. Tenia la salida al día siguiente a las doce del medio día. Después de hilar lo todo con razón analítica, cerro los ojos, imagino un mundo paralelo, donde todo resultaba distinto, sin accidente, sin la maldita esclavitud de la silla, una historia totalmente diferente.
Un aspirante a jardinero, miraba embobado una libélula fugaz verde fosforescente jugar con el aire.
El cansancio se apodero de el, se encamino al catre, por la puerta abierta cruzo manolo, su nieto le hacia de lazarillo un par de horas al día, lo sacaba al jardín y hablaban de la escuela, se le veía feliz. Lo echaría de menos, un tipo tranquilo de conversación amena.
Lo que no echaría en falta era el maldito edificio, situado cerca de un polígono que después de años de labor, había creado una zona de aguas estancadas a un kilómetro de allí, cuando el viento soplaba, un miasma viajero convertía la finca en hábitat insoportable.
Por la mañana pidió un taxi, su compinche lo llevo hasta la puerta con la excusa de un paseo, una vez fuera se despidió y salio pitando, con suerte, estaría camino de Lugo cuando advirtieran su ausencia. En la estación esperó junto a la enorme maleta negra, faltaban unos minutos.

- ¿Jaime?- el terror le invadió, paralizándole el resto del cuerpo que aun le funcionaba.
- Ha pasado mucho tiempo, muchos años, pero no he dejado de buscarte, y mira, finalmente volvemos a vernos, ¿qué te parece?, no estaba seguro de que fueras tú cuando te llame el otro día. Me lo has puesto muy fácil, solo tuve que esperar unas horas antes de ver a un anciano en silla de ruedas abandonar el centro. ¿ Y Cuantos abuelos se van corriendo del asilo cuando les llama un viejo amigo?, ¿eh?... Carlos, pues tú, solo tú y tú silla lo haríais, a toda velocidad.
En ese momento llego el transporte, los dos hombres lo miraron y se miraron.
- Ni se te ocurra moverte del sitio, tampoco quiero que grites, me gustaría golpearte si lo hicieras, pero después de años tras de ti, ya se apago la rabia. ¿Supongo que en esa maleta llevas lo mio?, espero por tu bien que no te lo hayas gastado todo.
El vehículo reculo y abandono el sotechado dejándolo en tierra. Le quedó una sensación de llevar toda la vida en ninguna parte, obligado a dejar su casa, incluso la mar que tanto amaba. Saltando de residencia en residencia, sin un sitio al que anclarse. Ya se había arrepentido miles de veces de coger ese dinero. El patrón para el que trabajaba, también transportaba drogas a modo de lucrativo sobresueldo, un día vio la mercancía y otro se llevo el botín, pensó que no le descubrirían entre tanta tripulación. El patrón interpreto correctamente el silencio de Carlos.
- Supongo que repasas los buenos viejos tiempos ¿eh?, ¿aun crees que fue el atún el que te golpeo la espalda?. ¿Sabes como supe que fuiste tú el que cogió la pasta?.



A Carlos le daba igual, así como el dinero, se había pasado los últimos años, abrigando la esperanza vacía de un cambio que nunca llegaría. Aferrado al dinero robado como una forma de sobrevivir al accidente. Sin embargo perdió todo lo que le importaba, todo. Agarro con fuerza la pechera del patrón y enfilo imprimiendo toda la potencia de la silla hacia el borde del anden, el motorcillo aulló valiente, no así los ojos del patrón que se abrieron como platos cuando vio acercarse el autobús que estacionaba en ese momento. El golpe mato a los dos hombres, Carlos aun tuvo unos segundos, lo suficiente para sentir un poquito de satisfacción antes de sumergirse en la oscuridad, como cuando buceaba en las aguas negras de su tierra, en busca de mejillones.

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