Este es un blog de relatos a la carta, escritos alrededor de palabras y temas que nos proponen nuestros lectores.Vosotros elegís cinco palabras y una temática cada uno, y nosotros escribimos un relato corto con TODAS las palabras, intentado que se oriente también hacia todas las temáticas.


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miércoles, 13 de noviembre de 2013


Relato nº 12. Imán-Carmen Gc. Últimos celos.


 ¡Mírame!, mírame como me mirabas, por favor.

Lo malo es que dará igual si lo haces. Debería dejarme de monsergas, nunca será cómo me mirabas si lo haces después de que te lo haya pedido por favor.

Ahora lo importante empezará a ser cuándo y cuánto se me caerán las tetas, los recuentos de tus linfocitos o las marcas como de viruela que ha ido dejándonos la convivencia, incluso los problemas de este país llamado España. Porque tú has empezado a ver por encima de todo mi bipolaridad, y ha desaparecido tu constancia.

Me importa una mierda el malditismo, no voy a convertirme voluntariamente en una poetisa triste, me iré antes de que el hueco que ya has dejado sin irte se coma la poca razón que aún me queda.

Aceptaré un puto criptopolvo -no diré nada, así sólo yo tendré presente que estoy follándome un muerto, tú puede que estés ya en otra cama-. A estas alturas, eso tampoco es importante. La doula que ayudará a nacer nuestras nuevas vidas tiene la oreja –a nadie le hace falta ya un estetoscopio para oírlas- en el vientre de nuestro fracaso, y esperará sentada a los pies de la cama con una palangana hasta después de nuestro último orgasmo simultáneo para sacarlas.





sábado, 19 de octubre de 2013

Relato nº 11. Imán-Carmen Gc: Calostros e índices.




Podrían, ya que es un pactado índice sin referencia real, unir el referencial de las hipotecas a mi humor o a la evolución de mi libido. En ambos casos, sus fluctuaciones tendrían más picos diarios que el Dow Jones.

Ahora mismo, mientras miro con cansancio a J.S.G., 46 años, casada, con dos hijos (un niño y una niña, la parejita, más bien ya dos mostrencos enormes de torva mirada adolescente, según la foto que me acababa de enseñar), sin empleo desde hace 34 meses como su marido, A.P.M., 43 años: “Trabajábamos en la misma empresa, toda la vida, desde que acabamos la carrera, ¿quién iba a pensar que se iba a ir todo al garete?, la crisis, la descapitalización, los herederos… yo qué sé, ahora nos han dejado en tierra, noqueados… bueno, noqueados no, A. no ha venido porque tiene una entrevista de trabajo, ahora mismo, y seguro que le contratan, es el mejor aspirante, esta vez sí, ésta es la buena, seguro, tiene que cambiar nuestra suerte “-, y ella sigue: “Usted sabe que vamos a pagar, que queremos pagar, que es nuestra casa (fin de la cita)”, y yo le comunico que tiene que pasar a hablar con el director, que ya sabe cómo van las cosas, que nos vigilan estrechamente por el dinero recibido de Europa, que tenemos las manos atadas, que hay que hacer lo posible y lo imposible para cobrar a nuestros deudores, ahora mismo, digo, mi humor y mi libido están en negativo, y bajando, nadie puede hacer esto sin que algo duela, son tus clientes, los llevas viendo entrar una o dos veces al mes un montón de años, te han preguntado por tus vacaciones todos los veranos, conoces de vista a sus hijos y sabes de muchos de sus secretos por transferencia o pago con tarjeta.
Y ahora, mientras acompaño a J.S.G. hasta la puerta del despacho del director me palpo el bolsillo derecho, donde llevo el tabaco. Si no entra nadie saldré a fumar ahora mismo, aunque debería aguantar otro rato quiero mi cigarro –en este momento me gustaría llevar también una petaca y echar un lingotazo de algo fuerte, que me caliente.
Mientras exhalo el humo junto a la puerta –ni demasiado cerca para no dar mala imagen ni demasiado lejos para que no entre sin que lo vea algún cliente- la huelo a ella, a Raquel, en el olor de esa otra mujer que empuja su carrito de la compra. Es el olor a limpio (¿cuántas veces al día se lava una recién parida?), a bebé, a leche, todo junto.
Uummm, Raquel. El reflejo proustiano acaba de “poner firme a mi soldadito”. La pobre gente a la que le tocara revisar ahora mismo sus hipotecas tendría que soportar un altísimo interés. Recordar a Raquel, y más ahora, después del tiempo del sexo inacabable de los meses finales del embarazo y de la desoladora abstinencia que ha seguido al parto tiene en mi un efecto devastador. Para bajar la erección vuelvo a pensar en J.S.G. y su familia, y en el agujero en el que tendrán que buscar asilo una vez que se ejecute su hipoteca. No dejo de sentir que eso podría haberme pasado a mí, que de hecho no estoy libre de que en la próxima reestructuración mi nombre brote de la pluma de alguno de los gerifaltes con foto de familia sobre macizo de petunias, bocas de dragón y caléndulas en la mesa y en un par de años se acabó, mi vida hecha un palíndromo, a vivir con mis padres (con los de Raquel ya se ha mudado su hermana y su familia -el imbécil que tiene por marido y su preciosa niña-). ¿Dejaría en mi terror y mis remordimientos que eso ocurriera o armado de un perchero, la barra de cerrar la verja o una tubería me lanzaría contra el aspirante a superviviente que tuviera el encargo de comunicármelo?, esas son algunas de las ideas que a veces toman el pescante de mi raciocinio, y las desecho considerando que no habría posibilidad de huida, ni a babor ni a estribor, y que salvo que la noticia me dejara como las maracas de Machín o convertido en un ababol la esporádica satisfacción no iba a ser suficiente para un gallina como yo.
Acabo de ahorrar unos cuantos miles de euros al banco evitando que un cliente –con minusvalía además- se abriese la cabeza de un tropezón por la rotura del escalón de la entrada, para salvarla no han sido suficientes su bastón y su perro lazarillo.

Ya he pasado fuera -del banco y del universo real- más tiempo del conveniente, aunque no haya entrado ningún cliente debería seguir trabajando y prestar cobertura a José Antonio, el director de la sucursal, un tipo campechano y agradable que ha pasado de peso medio a libélula en lo que llevamos de crisis.  J.S.G. acaba de entrar en su despacho y nadie sabe por dónde va a salir una persona normal cuando se le rompe el pegamento, cuando se le comunica que ya no le queda nada que perder.

Al final la mañana ha terminado como todas en este pequeño lago de aguas estancadas en el que se ha convertido la oficina, llena de miasmas de miedo y dinero. J.S.G. ha llorado en silencio, como lo hacen la mayoría de las personas a las que José Antonio les anuncia su desahucio. Marta, mi compañera de la caja, se ha acercado a ella al verla salir y ha puesto en su mano una especie de folleto de Stop Desahucios. No le importa que yo lo vea, ya hemos hablado de ello y comparto sus ideas aunque no su valor. Sólo tiene que tener cuidado de que no la vea P. el recién trasladado, un tipo tan arrastrado que decimos de él que se reencarnará en papel higiénico. Si él lo viera y hablara con José Antonio éste tendría que abrir expediente a Marta o se lo abrirían a él.

Ahora estoy en un vagón del metro, después de haberme quedado en tierra dos veces porque los anteriores llegaban totalmente llenos. A estas horas el metro es un lugar casi tan abigarrado como cuando voy a la oficina por las mañanas, Hay ocasiones en las que, si alguna mujer lactante termina apretada contra mí y siento su calor y su olor mi cuerpo vuelve a ponerse en marcha y vuelvo a ese universo en el que no hay cuentas ni embargos ni réditos ni hipotecas, sólo color y sexo, y de nuevo la erección amenaza con ser evidente. Vuelta a un pensamiento que me lleve a ese mundo de locos que es nuestra realidad (basta con un vistazo a los zapatos excesivamente desgastados de muchos de los ocupantes del vagón, a sus rostros preocupados o crispados, a las personas que piden limosna cantando o tocando) para que todo el efecto de esa mujer desaparezca. 

Al entrar en el portal no puedo dejar de percibir el olor de Raquel. Sólo deben haber pasado unos momentos desde que ella ha vuelto a casa. Mientras giro la llave en la cerradura me digo que en lugar de perder el tiempo aprendiendo a hacer caleidoscopios, alguien debería habernos enseñado cómo pedir a la mujer propia que te permita aliviar su dolor y tus ganas sustituyendo a ese pitufo cabrón que se niega a ayudar a su madre y a alimentarse con sus calostros. Entro. Veo sus pechos, enormes, que se desbordan y mojan, a pesar de los discos empapadores para pezones, su camiseta. Me acerco a abrazarla, pensando en tocarle las tetas, pero ella me rechaza porque le duelen, "las ves, están como botijos, y el pitufo no tira, parece que van a explotar, me duelen la espalda, el cuello, el trapecio y el esternocleidomastoideo".



jueves, 3 de octubre de 2013

Relato nº 12 Johnson Ulises PARALISIS

Demandantes: 1) Chapu Valdegrama/tema-Los celos:
monserga-palangana-estetoscopio-viruela-linfocito.
2) La ornitorrinco verde/tema ...
tetas-malditismo-españa-poeta triste.
3) Maria Marta M.P/tema- ...
doula-criptopolvo-oreja-bipolaridad-constancia.

EDIFICIO URSA - BLOQUE 3 - planta 9

Letra E - PARALISIS

Entro a toda velocidad en el edificio que conocía bien. Su aspecto, ubicación, vivía allí. Siempre cogía el ascensor, siempre, le esperaba si no le estaba esperando a el, no era claustrofobico, le gustaba, tanto cuando subía como cuando bajaba. El bloque tenia escaleras, como todos en todas partes, hoy iba a conocerlas bien, hoy no le esperaba la caja lenta, ni siquiera echaría en falta la monserga de la vocecita seductora y muerta de la mujer electrónica que anunciaba la condición del viaje - subiendo - - bajando- - cierre de puertas-. Estaba tan nervioso por lo ocurrido en la calle que solo los automatismos vitales de su mente y la memoria muscular pudieron traerlo de vuelta. Nunca te levantas una mañana en toda tu vida pensando que algo así podría ocurrirte. De saberlo, no saldrías de casa, no querrías despertarte, ni siquiera seguir vivo. Tampoco escucharía el - novena planta- de la mujer muerta del ataúd metálico-plastificado del sube-baja. Hoy no podía esperar, fue directo a la puerta que daba a la escalera, vio su mano coger el aire junto al picaporte por dos intentos, el tercero consistió en golpear la puerta exigiéndola que lo dejara pasar, que allí no estaba seguro, a las cuatro patadas el picaporte aulló con un crack sordo y cedió el paso al vecino lloroso que temblaba histérico. Subió los escalones de cuatro en cuatro con el pie derecho dolorido anunciando posibles hematomas. Solo pensaba en subir, subir hasta la protección de su piso, cuanto mas gritaba el pie, mas se impulsaba hacia arriba.

En el 5º piso desaparecieron las fuerzas, utilizo como recurso el terror que intentaba consumirlo para terminar el trayecto. Meter la llave en la cerradura le hizo parecer un borracho. Por fin dentro cerro de un portazo. Apoyo la espalda contra la hoja de madera como si pudiera contener una horda asaltante y busco sosiego en el mobiliario conocido. Algunas cosas parecían nuevas, le saludaban como si acabasen de instalarse en el apartamento. El espejo de la entrada mostraba una cenefa plagada de diminutas hojitas que se entrelazaban entre si, formando una filigrana indisoluble. No se reconocía en el hombre que aparecía al otro lado del cristal, mostraba los ojos enrojecidos y sudaba copiosamente. Miro en todas direcciones, temeroso incluso del aire que le aprisionaba la camisa empapada. Se desnudo de camino a la ducha, sujetándose a la pared del pasillo para no caerse, dejando un rastro de huellas dactilares con cada prenda que se quitaba. El suelo quedó sembrado de ropa multicolor. Tenia la esperanza de que el agua se llevara la desazón que lo atenazaba, o por lo menos que la mitigara en parte. No llego. Equivoco la habitación trastornado como estaba y acabo en el dormitorio, tumbado boca abajo sobre la cama.

Cuando despertó la luz parecía la misma de antes, se expandía como la viruela lamiendo cada objeto. Entrecerró los ojos dolientes y alargo el brazo para cerrar las cortinas, pero no lo vio suspendido ante el, para realizar el trabajo encomendado. No se movía, no podía hacerlo, no podía moverse, abrió los ojos hasta el máximo permitido y entendió que estaba paralizado. Después de varias horas de desesperación se sentía como un bebe indefenso, habría dado lo que fuese por una doula benevolente. Apoyado sobre su oreja derecha comenzó a escuchar voces. Se encontraba mentalmente ko, agotado por el esfuerzo de gritar sin conseguirlo, no aceptaba su situación.

Desde su posición podía ver la puerta abierta y la pared del pasillo, la constancia de los colores se desvanecía con el movimiento del sol, junto a la puerta se entretuvo observando la bipolaridad de los trazos de un Velpister titulado criptopolvo, un cuadro dedicado al malditismo de los poetas tristes de una España indiferente. El autor plago el lienzo con el cuerpo de una mujer desnuda, las tetas resaltados para encumbrar el erotismo como fuente de inspiración terrenal.

Estaba tan asustado por su estado que tuvo celos de las motitas de polvo, que deambulaban como linfocitos libres por la estancia, posándose a placer sobre objetos escogidos, el teléfono movíl sobre la cajonera, la lampara sobre la mesilla de noche, una palangana para ropa sucia. La cama entera parecía un estetoscopio gigante que atronaba su corazón sobrecalentado. No podía moverse, no entendía porqué y no sabia que iba a ocurrir. Las voces aparecieron de nuevo, pero no venían de su oído, se encontraban en su mente, después de unos minutos de estupor, se relajo, se conecto, creyó reconocer al vecino del quinto, el de la puerta B. El señor Juan, de unos cuarenta y cinco años, hablaba con su sobrina pequeña, Marina. La decía que se quitara la camiseta.


viernes, 20 de septiembre de 2013

Relato nº 11 Johnson Ulises - El pasado siempre vuelve

Jaime miraba por la ventana desde su inseparable compañera de ruedas, tenia una minusvalía a causa de un accidente de pesca en el cantábrico, un atun le golpeo precipitandole al agua, por el camino un cavo le daño la columna a pocos meses de jubilarse. A su regreso todo cambio, tras unos años arrastrando una adicción al alcohol, termino en Madrid. Llevaba un tiempo escribiendo sus memorias, plasmaba a pluma retazos de su vida que luego hilvanaba como podía. Entre capitulo y capitulo pegaba un lingotazo a la petaca. En el asilo donde estaba, habían intentado quitársela varias veces, pero finalmente le dejaron conservarla, se convertía en un animal insoportable sin ella, hay quien no aguanta la falta de café o tabaco, a Jaime era mejor no privarle del combustible, ademas, era un "borracho decente", tenía experiencia.

Las hojas caían lentamente, como si quisieran retrasar la llegada del invierno, mejor así, que duros eran en la península, nada que ver con su tierra. En esta época del año siempre ocurría lo mismo, Jaime miraba a su espalda, buscando una sombra que nunca se aparecía, llego a pensar que todo había sido un sueño, y que los fantasmas solo vivían en su cabeza. De vez en cuando se dejaba caer un hijo, o un hermano, nunca su ex mujer, aquello duro poco, tres eran demasiados en un matrimonio, al final gano la botella. Los otros se pasaban mas por culpabilidad, el cariño lo desgasto la apatía del anciano. Un mostrenco celador le saco de su mente, con un suabe toque de frente, allí todos sabían que era mejor no molestarlo por la espalda, nunca sabían como iba a reaccionar.
- ¿Que quieres Norman?- Sabía quién era sin abrir los ojos, cada uno tenia su olor a modo de DNI.
- Es la hora señor Barreiro-
- Si no queda mas remedio- todos los martes y jueves tocaba baño - acabemos cuanto antes-.
Por el camino saludó a Petunia, una anciana encantadora que jamas se había molestado por nada. Bajo esa capa de mujer delicada y amable se escondía una hembra de hierro.
Más tarde el desayuno, ¿qué tocaría hoy?, no tardo en averiguarlo, un tazón de café y tostadas con mantequilla, acompañado de la bollería de costumbre, congelada y saturada de grasas transgenicas. Después de untar en el liquido oscuro el pan amantequillado, la grasa formo un caleidoscopio de brillantes esferitas incompatibles con el café, el conjunto parecía los calostros de las vacas de su pueblo amado junto al mar. Un tropezón estuvo a punto de ahogarlo, tosió hasta dañarse la garganta y ponerse azul, el pelo blanco se le arremolino, parecía un pitufo desencajado. Se masajeo los esternocleidomastoideos. En la mesa de al lado estaban Paco y los otros, aquellos ancianos obsesivos se comportaban como si aun estuvieran en sus antiguos trabajos, ex banqueros, corredores de seguros, inversores y demás calaña. Completamente adictos a la bolsa, escuchaban sus pequeñas radios que gorjeaban ruiditos molestos, invocando dioses como el PIB, el EURIBOR, el IVA y cosas así. Apretó la palanquita del reposa brazos derecho y salio de allí, concentrándose en el zumbido del motor de su amiga eléctrica.

Ya en su agujero lo dejaron junto a la ventana. Pepe, el vecino de la derecha, escuchaba música de su tierra, las maracas atronaban y las voces del casete decían azúcar cada dos por tres, el tío se pasaba las horas montando maquetas victorianas, en ese momento acercaba el pescante de un carruaje real, abigarrado de adornos dorados, en un tembloroso intento de pegarlo al conjunto. También tenia barquitos, con figurillas humanas en cubierta a babor y estribor. Pero lo mas increíble era la gallina de dos metros, no encajaba en el cuadro. El asilo parecía un mundo de locos.
Un celador entro con un móvil en la mano.
- ¿Si?- colgué y espere a que se marchara. El pasado siempre vuelve, el fantasma tenia voz, y cuerpo, el infierno se me abrió bajo los pies.
Los remordimientos no servirían de nada, llevo la silla a la pared opuesta a la del maracas, en el zocalo dio unos golpecitos en una tubería. Al poco se presento un vejete enjuto y sonriente.
- ¿Como estas?- hablaba en tono confidente. Max era ingles, nadie sabia como había terminado allí, veterano guerra, miembro honorifico de la RAF, entretenía su vida, haciendo de los hábitos cotidianos una misión militar sin precedentes, tras la fachada de anciano infantil y juguetón se escondía una mente despierta, incansable.
- Necesito ayuda, tengo que salir de aquí-.
- Vaya, una operación de evasión-.
- Si, una huida-.
- No es lo mismo- era mejor no discutir esas cuestiones, podía resultar eterno.
- Vale, tengo que llamar pero no quiero usar los teléfonos del asilo, y necesito un hierro-.
- Bien, lo primero es fácil, lo segundo te costara caro-.
- Eso no es problema, puedes conseguirlo o no-.
- Con quien te crees que estas hablando, lo tengo todo en la habitación-.
- ¿Cuanto?-.
- 999, por ser tu-.
- Cof cof cof- desde el desayuno le daban ataques esporádicos de tos.
- No soy un estafador-.
- Tranquilo, no es por ti, ese palindromo me parece un buen precio-.
Después de cerrar el trato y llamar para comprar un billete de autobús, repaso junto a la ventana el plan, podía permitirse un coche alquilado con chófer, pero eso dejaba rastro. Tenia la salida al día siguiente a las doce del medio día. Después de hilar lo todo con razón analítica, cerro los ojos, imagino un mundo paralelo, donde todo resultaba distinto, sin accidente, sin la maldita esclavitud de la silla, una historia totalmente diferente.
Un aspirante a jardinero, miraba embobado una libélula fugaz verde fosforescente jugar con el aire.
El cansancio se apodero de el, se encamino al catre, por la puerta abierta cruzo manolo, su nieto le hacia de lazarillo un par de horas al día, lo sacaba al jardín y hablaban de la escuela, se le veía feliz. Lo echaría de menos, un tipo tranquilo de conversación amena.
Lo que no echaría en falta era el maldito edificio, situado cerca de un polígono que después de años de labor, había creado una zona de aguas estancadas a un kilómetro de allí, cuando el viento soplaba, un miasma viajero convertía la finca en hábitat insoportable.
Por la mañana pidió un taxi, su compinche lo llevo hasta la puerta con la excusa de un paseo, una vez fuera se despidió y salio pitando, con suerte, estaría camino de Lugo cuando advirtieran su ausencia. En la estación esperó junto a la enorme maleta negra, faltaban unos minutos.

- ¿Jaime?- el terror le invadió, paralizándole el resto del cuerpo que aun le funcionaba.
- Ha pasado mucho tiempo, muchos años, pero no he dejado de buscarte, y mira, finalmente volvemos a vernos, ¿qué te parece?, no estaba seguro de que fueras tú cuando te llame el otro día. Me lo has puesto muy fácil, solo tuve que esperar unas horas antes de ver a un anciano en silla de ruedas abandonar el centro. ¿ Y Cuantos abuelos se van corriendo del asilo cuando les llama un viejo amigo?, ¿eh?... Carlos, pues tú, solo tú y tú silla lo haríais, a toda velocidad.
En ese momento llego el transporte, los dos hombres lo miraron y se miraron.
- Ni se te ocurra moverte del sitio, tampoco quiero que grites, me gustaría golpearte si lo hicieras, pero después de años tras de ti, ya se apago la rabia. ¿Supongo que en esa maleta llevas lo mio?, espero por tu bien que no te lo hayas gastado todo.
El vehículo reculo y abandono el sotechado dejándolo en tierra. Le quedó una sensación de llevar toda la vida en ninguna parte, obligado a dejar su casa, incluso la mar que tanto amaba. Saltando de residencia en residencia, sin un sitio al que anclarse. Ya se había arrepentido miles de veces de coger ese dinero. El patrón para el que trabajaba, también transportaba drogas a modo de lucrativo sobresueldo, un día vio la mercancía y otro se llevo el botín, pensó que no le descubrirían entre tanta tripulación. El patrón interpreto correctamente el silencio de Carlos.
- Supongo que repasas los buenos viejos tiempos ¿eh?, ¿aun crees que fue el atún el que te golpeo la espalda?. ¿Sabes como supe que fuiste tú el que cogió la pasta?.



A Carlos le daba igual, así como el dinero, se había pasado los últimos años, abrigando la esperanza vacía de un cambio que nunca llegaría. Aferrado al dinero robado como una forma de sobrevivir al accidente. Sin embargo perdió todo lo que le importaba, todo. Agarro con fuerza la pechera del patrón y enfilo imprimiendo toda la potencia de la silla hacia el borde del anden, el motorcillo aulló valiente, no así los ojos del patrón que se abrieron como platos cuando vio acercarse el autobús que estacionaba en ese momento. El golpe mato a los dos hombres, Carlos aun tuvo unos segundos, lo suficiente para sentir un poquito de satisfacción antes de sumergirse en la oscuridad, como cuando buceaba en las aguas negras de su tierra, en busca de mejillones.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Relato nº 11 Nebroa: Putas palabras

Había una vez una mujercilla que quería ser escritora (o aspirante a*, que viene a ser lo mismo). Creía tanto en sí misma como aquel cocodrilo que quería volar, como aquella gallina con minusvalía que soñaba con soñar y como aquella maraca que añoraba el silencio en sus movimientos) Total, que a la pobre se le ocurrió la brillante idea de abrir una página en internet donde poner en marcha toda su bendita imaginación;  “Relatos a babor” la llamó, no, mejor: “palíndromos y otras mierdas”. Tampoco; “satisfacción literaria”. Nada, “Absenta Mare” fue la opción que ganó, no tenía ni puta idea de lo que significaba pero sonaba bien, total, lo mismo le pasaba con ciertos vocablos del idioma español, léase: monstrenco/abigarrado/miasmas/calostro y ahí la tienes, utilizando esos vocablos como si tal cosa en sus cuentos para locos, y oye, francamente, a quién coño le importa, nadie dijo que para ser escritora hubiera que conocer el lenguaje, y si no que se lo pregunten a Don Alberto Pescante, escritorucho del siglo XV, que por cierto, cómo mola el pasado, tachán: el maravilloso universo paralelo de la memoria, sublime.
Seguimos.
La mujer que de manera esporádica se autodenominaba escritorcilla se enfrentaba por primera vez al terror de su paginita en blanco, su pluma en forma de teclado, sus petunias malolientes en el vasito con agua, su incienso y su canesú.
Allá voy – se decía.
Y en ese preciso momento, en forma de huracán atravesándole la yugular y siete espadas estrangulándole el esternocleidomastoideo y trece ametralladoras llenándole de agujeros el corazón, le asolaba en mayúsculas la palabra ‘HUIDA’. Huye escritorcilla, huye! Es imposible que tu pegamento natural consiga una historia coherente uniendo esas mierdas de palabras que se le ocurrieron a ese don juan! A saber: petanca, tropezón, lazarillo y alcorcón.
Y huía, claro que huía, con ese tremendo cansancio que se apodera de los dedos cuando los obligas, sin serlo, a convertirse en alas de libélula capaces de iluminar un rincón. Desaparecía el rincón, las ganas de respirar, la fortaleza, el entusiasmo. Allí se quedaba la escritorcilla, con los ojos peleando con la vida, con la frente azul de tanto pensar, con voz de pitufo, rodeada de sonidos y luces estruendosas dentro de un caleidoscopio, con su remordimiento personal por haber abierto una página sin tener ni puta idea de inventar.
Sola, cansancio. Cansancio, soledad.
Y aun así, inventaba:

“Érase una vez un hombre corriendo detrás de un autobús…”
“Érase una vez un perro que se murió en un asilo…”
“Érase una vez cuatro pandillas de negros con hipoteca… “
“Érase una vez una gota de agua correteando por una tubería que tenía un tapón…”
“Érase una vez… Fin”

Y triunfó, vaya si triunfó. Años después, en uno de esos otros universos paralelos llamados futuro, todos los hombres del pueblo soñaban con Vanessa. Iban al ‘Pétalos’ por la tarde, por la mañana, de madrugada y al anochecer. Y Vanessa abría sus piernas y cerraba la memoria. Vanessa les hablaba del amor, les escribía notitas que dejaba en la habitación y sonreía. Sonreía por haber conseguido ser lo que cada uno es y no lo que queda bien.




La página de Internet seguía abierta.
Al fin y al cabo escribir es ser un poco puta:
vendes historias de ficción
para un montón de locos,
haciendo creer que todo es real.
Como cobrar por follar.





miércoles, 4 de septiembre de 2013

Relato nº10 Imán: Redes sociales


Redes sociales.

No sabía que vivía en el futuro. 
Había llegado allí por error, el día que aceptó a su padre como amigo en su perfil de las redes sociales. 

Allí estaba, atrapada en el nacimiento de una distopía, una plausible realidad paralela en la que contar sus mentiras y algunas verdades de modo que pudieran leerlas su hija, su ex, un cuarto de familia de sangre, vari@s casiamig@s, algun@ enemig@, algún ligue ocasional y un par de admirador@s despistad@s y secret@s, tratando de conseguir a la vez aceptación y rechazo, alguna clase de reconocimiento. 
Luego dejó de preocuparse. En realidad casi nadie leía lo que publicaba, como lo de casi nadie. 
Así que volvió a escribir porque sí, para la admiradora secreta que -amiga de una fbamiga de una amiga- entraría hoy, casualmente, en su perfil.

Imán - Carmen Gc