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jueves, 26 de abril de 2012

Especial Nebroa: Inaccesible verdad


El encargo consiste en abrir y explorar lo que tienes dentro a la vez que se dilata el resultado o el objetivo. La nouvelle a la que me gusta llamar novela corta tiene algunos atributos que la clasifican (es una narración en prosa de menor extensión que una novela y menor desarrollo de los personajes y la trama, aunque sin la economía de recursos narrativos propia del cuento y bla bla bla cuyos enigmas, misterios y secretos quedan resuelto casi al final de la misma y ñi ñi ñi). A mí, que no me gusta clasificar ni etiquetar nada de nada, me retaron a escribir el incipit de una de ellas. Media hora para que saliese algo parecido a esto: 



Y  es entonces cuando la cocina de formica blanca, cortinas con florecitas azules y cuencos de porcelana gris que mi madre tan cuidadosa y ordenada dispone cada mediodía antes de comer, se transforma en la cueva perfecta de los cuentos antiguos de terror, justo cuando mi padre, tras haber ingerido comida como si los alimentos le activasen la memoria más rocanbolesca e inverosímil, comienza a contarnos historias para no dormir la siesta.
Nos cuenta una cada día y todas son extrañas, misteriosas y enigmáticas, pero ninguna, jamás, ha podido hacerle eco a la de aquel día a primeros de mayo cuando, después de comernos la tarta, felicitábamos a mamá por ser el primer domingo del mes.
Nos habló de Alberto, el niño huérfano de la casa solitaria dos calles más abajo, la flanqueada por cipreses y árboles tan grandes que ningún humano había podido abrazarlos tocándose las puntitas de los dedos por la parte de atrás, la del tejado coronado por estatuas oxidadas que siempre me hicieron preguntarme si, en otro tiempo, nuestro pueblo del caluroso sur había estado, alguna vez, en un norte más gélido y lluvioso.
Papá me hablaba de Alberto como el único niño al que había escuchado con atención, Alberto no hablaba como los demás niños, no mencionaba juegos ni escondites, ni cazas de ranas en el azarbe de las afueras, nunca habló de carreras de sacos o cucañas altas para entretener las piernas; con apenas doce años se convirtió, pocos días después de la muerte de sus padres en aquel aparatoso y terrible accidente, en el niño al que todos los vecinos temían: el niño leyenda.
Narró, con ese silencio que se va metiendo entre la voz, ese que casi dice más que todo lo que está sonando, las numerosas tardes que pasó con Alberto en la cuadra de la casa solitaria, donde antes su madre cuidaba animales y secaba cortezas de naranja que aun sin rastro físico de ellas, habían inundado de tal manera la estancia que el olor a fruta podrida te mantenía siempre alerta. Querer salir de allí y sin embargo permanecer tan pegado y atento a Alberto, que acabases con la enigmática sensación de no oler nada, no ver nada, no oír nada más que la percepción de los profundos ojos grises cercados por pestañas inmensamente negras y abundantes.
Alberto tenía sólo doce años y la sabiduría de doce siglos, doce docenas de milenios, doce millones de civilizaciones, galaxias, razas, dioses, religiones. Todo el conocimiento habitaba en los escasos ciento treinta centímetros de cuerpo cubierto de piel extremadamente blanca.
Papá obtuvo respuestas a cada una de las cuestiones, solución a todos los enigmas, veredictos, sentencias, certezas inauditas tanto a profundidades como a las trivialidades más absurdas. Lo supo. Papá lo supo todo.
Y toda aquella sabiduría que papá adquirió en las tardes del año mil novecientos setenta y dos deberían estar ahora en su boca, deberían estar traduciéndose en palabras, deberían caer de sus labios llenando nuestros vacíos existenciales, concretando dudas, colmando incógnitas. Pero a papá la medicación ya no le funciona, el lento y pausado devenir de la enfermedad que con pulcra e impecable bata blanca nos aseguraron los médicos, hace tiempo que se convirtió en un aplastante olvido aleatorio que se va comiendo salvaje y dolorosamente, todos sus pasos.
La memoria es inalcanzable para sus ojos. Y de momento seguimos aferrados a la idea de que aun nosotros estamos en ella. Sigue siendo maravilloso saber que tenemos a alguien que nos cuenta cuentos aunque nunca logremos saber si son ciertos.

5 comentarios:

  1. La mujer que es un misterio,
    que vive rodeada de más misterio...
    aún en lo más cotidiano.
    Me encanta que me cuenten historias,vamos!,creo que la gente se dedica a eso ,unica y exclusivamente,cuando habla...historias donde es el prota,donde no lo és,donde hay villanos (llamense vecino ruidoso),donde hay princesas -que son casi siempre sus hijas,no su novia o parienta..los hombres paren princesas!-.
    Mi verdadera ocupacion es sonsacar a la gente (no hacer ventanas),y merece la pena siempre...
    Aunque cambio las historias de todas las noches ,de todos lo bares ,por una tuya.
    El placer es mio,un saludo.

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  2. Sabes? siempre que le digo a alguien que me gusta investigar en el otro, bueno, siempre no, a veces, cuando le digo a alguien que me gusta investigar en el otro, profundizar, abrir, airear, observar, aprender del otro, me han tildado de cotilla. Como lo oyes. Esas ventanas, al fin y al cabo es un término más, no las quiero abrir para marujear, joder, cómo puede alguien pensar eso?! Pues sí, hay humanos que lo creen. La cuestión es que la gente, cuando entra en el otro, suele hacerlo para obtener información que después será utilizada a modo de poder; si sé esto de éste, qué no podré hacer con él. Cuando abro la puerta de las historias de otro sólo pretendo encender las mías, hablar luego conmigo, sentirme dueña de quién soy, y las historias, los cuentos, las novelas largas y las cortas, leídas, escuchadas, narradas en una mirada o borrachos delante de siete cervezas me hacen eso, me permiten eso, abrir las numerosas calles de los infinitos laberintos que debe haber dentro de mí.

    No puedo callarme, ya lo habrás notado. Quizá es tiempo de contar historias y cuentos, aunque no sean ciertos, para encontrar alguna verdad ;)

    Guapo, pijo*!!

    *Expresión murciana comunmente desconocida por los de las afueras! :p

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  3. No sé que es mejor, la verdad. Si el relato o los comentarios :)

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  4. Mola.
    Detras de las palabras nosotros tres.Personas.
    Siempre pensé que seria cojonudo ir por la calle embozados,ellos bajo sombreros y capas,ellas con capuchas y mas capas.
    Individuos solamente,cruzando verdades y sinceridades sin inhibiciones en cualquier esquina con farola,al mear juntos contra el mismo muro.
    O mejor,como los caminantes nocturnos por las calles de la antigua Venecia,con la mascara bauta calada como un accesorio más...igualados como individuos,ocultando el rostro y exponiendo lo humano.
    Si te emocionas como yó ,facilmente (a posta,la grandula de segregar emociones es el unico músculo que entreno en mis movidas)... escuchas como un tio con mucha pasta añora el tiempo que ,de tan pobre ,dormian él ,su mujer y sus cuatro niñas en la misma cama...un comercial te confiesa que tiene un caballo con la mirada que tenia su abuela !¡...una señora te pone una copa de anis en la cara,y te dice que se va a Australia (sin conocer a nadie...a ver que pasa!¡) ,mientras reparas su puerta...
    Asombro.
    La gente me asombra,cuando sueltas tus disparatadas ideas personales sobre cualquier tema...asi de pronto,la gente se sube al carro:paga sinceridad con sinceridad,descaro con desverguenza,valentia con franqueza.
    Mola.
    Aunque vosotras me molais más que el resto,lo sepais.

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