Esposas, soga, saliva, anhelo, clítoris,
chocolate, sábado, caderas, habitación, tortura,
calor, rojo, cristal, falso, pegajoso,
columpio, fuego, inconsciencia, golosina, coqueteo.
-Paramos sólo a poner gasolina,
dijo Lucía. Lo bueno de conocerse tanto es que las miradas también hablan. Ella
no necesita que yo abra la boca para contarle lo que me gustaría hacerle si se
dejase, y eso que el sol estaba en esa hora justa en la que, taladrando el cristal,
el parasol no puede ocultarlo y las montañas del horizonte aun no se lo han
tragado. No veíamos apenas nada en la carretera, y a mí la verdad es que me
daba francamente igual. Llevábamos desde el sábado sin hacerlo. Lucía no es la
mujer que acaban de imaginar conduciendo un coche camino a Madrid. Lucía, cuando
conduce es una diosa desnuda aunque lleve toda la ropa puesta. Cuando conduzco
yo también es una tortura tener que seguir haciéndolo, porque es instantáneo,
la inconsciencia se viene a viajar con nosotros justo en el centro de sus caderas
cuando a la muy puta le da por meterme la mano entre los muslos en cuanto se
sube al coche.
-Compramos algo de chocolate y
nos largamos, no pienso entrar al baño contigo. Pero Lucía además miente tan
bien como me hace el amor. Sé cuándo huele a falso lo que dice porque cuando
termina de hablar nunca cierra del todo los labios y se pasa la lengua despacio
por el de abajo dejándole en él el brillo de su saliva. No falla. Así que fui
contando los kilómetros para la próxima salida mientras empezábamos a
divertirnos.
El vestido rojo terminaba en
medio de sus rodillas, acerqué mi mano y acaricié su piel, sólo el calor que le
sale de los párpados me excita sobremanera. Me mira sin girar el cuello, me
mira de reojo, me mira con tal anhelo que empieza a molestarme el pantalón; me
encanta el coqueteo de sus pupilas entre mis piernas. Siempre mira allí, con
esa cara de actriz porno que le sale entre las orejas queriendo comerme entero.
Y luego me lo susurra, lo dice bajito: quiero comerte, y bien sabe la vida que
yo me colgaría en ese mismo momento con una soga al cuello para morir así,
metido en su boca. Juega conmigo, sabe cómo jugar conmigo, cuando más pegajoso
me estoy poniendo, cuando más prisas me entran, ella más frena. Y se ofrece
como la única golosina a la que aspiras cuando más ganas de azúcar tienes;
frena y para. Y cuando en la mente tenías su clítoris en la lengua, su collar a
modo de columpio golpeando en tu pecho y el mismísimo fuego entre las piernas,
ella frena. Frena y te cuenta que cuando volvamos hay que pintar la habitación
y cambiar las cortinas y… y encargar un nuevo colchón. Y vuelve a hacerlo, me
voy a mi sitio de copiloto en celo y vuelve a mirarme de refilón diciendo con
esa voz en silencio: Eh… colchón, te voy a destrozar en el colchón. Y vuelvo a
imaginármela desnuda cabalgándome, vuelvo a arrinconarla contra la pared y
vuelvo a imaginar que me deja reventarla en el lavabo de la próxima gasolinera.
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