El que pide: Periquilla Los Palotes
Palabras: Poeta, droga, cerdo, ilusión, Chiquito de la Calzada
Tema: Consecuencias de tanta droga
El que pide: Awixumayita Atiyamuxiwa
Palabras: Fiesta, celos, deseo, desgaste, palomitas
Tema: El regreso
El que pide: Alía Mateu
Palabras: Pato, sorpresa, pespuntes, Barcelona, Sífilis
Tema: Dolor de uno de los personajes ante un tema muy bobo
El que pide: Nacho Cañas H
Palabras: Robots, dinosaurios, ninjas, tetas, balas
El que pide: Jorge M. Molinero
Palabras: Manzana, retrasado, bragueta, Idiosincracia, aladierno
El que pide: Vicente Muñoz Alvárez
Palabras: Espasmo, Marte, Primitivo, Saltamontes, Caleidoscopio
El que pide: Velpister Peter Jensen
Palabras: Desamparo, Miedo, Soledad, Ostia, Hongos
Tema: La duda
El que pide: Anna Lesol
Palabras: Zangamanga, Murria, ansiedad, sudor, heno
Tema: Cuando te das cuenta ya es demasiado tarde
El que pide: Isabel Alonso
Palabras: Harina, Viento, Beaufort, pezón, reloj
Tema: Septiembre
Curioso que esta narración comience
en el mismo instante en el que aparezco yo. Misterioso.
Soy Chester, más conocido en las
lúgubres tabernas de la imaginación sin fin como el narrador omnisciente de
todos los libros escritos alguna vez. Incluso de todos los comienzos de libros
que nunca llegaron a serlo. Incluso del primitivo
esbozo de un final que nunca llegó a contarse. De ideas sueltas en una
servilleta, del poema horrible que el poeta
en paro inventó, de la ilusión
absurda de la murria adolescente que
soñó que soñaba con amor. Oh.
Me acabo de poner ese nombre como
podría haberme puesto Sr. Zangamanga
o Señorita Idiosincracia, lo mismo
tiene que lo mismo da. Puedo ser don o doña, majestad o majestuosa, travestido o
animal; un cerdo hasta las trancas
de heno, un saltamontes de apellido grillo o un dinosaurio en celo, según la ocasión. Tampoco creo que sea
especialmente significativo saber cómo me llamo, el descubrimiento de mi nombre
nunca suscita sorpresa o ansiedad, siempre es insignificante
para el devenir de las historias que cuento, nadie que haya leído algo contado
por mí mientras rumiaba palomitas
recién hechas y se enfadaba por lo duras que le habían salido y se preguntaba empapado
en sudor, entre renglón y renglón, de
dónde leches saldrían esas cosas blancas esponjosas - será de la harina, será de un corral, concéntrate idiota
y sigue leyendo - se ha preocupado jamás de saber de dónde salgo. Bien. Es
significativo. Inquietante también.
Hoy es siete de septiembre, como
aquella canción que escribí. O no.
Esto es Barcelona, como aquella vez le conté a Woody. O no.
Hace tantísimo viento… O no. Mejor sí. Hace tantísimo
viento que no sé dónde apareceré en el siguiente párrafo y estoy aquí, esta vez
por fin, para contarles, atención: “la gran mentira de la literatura”
Les cuento -como siempre-: Ustedes
cuando me leen: ME CREEN. Sin más. Jamás ponen en duda mis palabras, ¿verdad?
¿No les parece curioso que, de
repente, un tipo cualquiera aparezca en el salón donde anoche esnifaron en plena
fiesta toda la droga del planeta, en el desamparo
y la soledad de sus camas
profundamente vacías, bajo el árbol escogido del parque con patos teledirigidos como robots llenos de plumas, en la
mismísima bañera donde previamente tuvieron espasmos, orgasmos y celos
y deseos, y les cuente de todo, con
el todo y para todos sin que ustedes duden jamás de sus-mis palabras?
Cuántas veces me habré preguntado
dónde se les fue a parar el criterio personal e íntimo, la capacidad de
razonamiento, el discernimiento entre la verdad y lo que podría no serlo.
He vuelto una y otra vez, con miedo y pavor ante el inminente desgaste personal, a contarles cosas,
historias y otras mierdas, con la vana esperanza de que algún día, alguien, en
algún jodido lugar, debajo del aladierno
de turno o en el primer semáforo que da acceso a Marte, no creyera ni una palabra de lo que estaba leyendo.
Pero no.
Inventé los cuentos más absurdos
y descabellados como balas cargadas
de vete a saber qué a fin de que cerrasen esos malditos libros, esos cuadernos,
esos comics, aquella infernal revista, y por una jodida vez se pararan a pensar
qué había de cierto en todo aquello que les contaban.
Pero no.
Nunca lo logré.
Creyeron en personajes invisibles,
en figuras inexistentes, en siluetas incoherentes. Por favor. Creyeron en aquel
ridículo texto en el que Chiquito de la
Calzada se transformaba en ninja
cada vez que miraba un reloj. Joder. Lo creyeron. Imaginaron cierto al retrasado de bragueta pequeña que sólo violaba a mujeres que llevaran hechas las
ingles brasileñas. Ostia. Y qué
decir del ejército de hongos que
infectó de sífilis a la humanidad
entera. Se lo han creído absolutamente todo. Por creer, creyeron mi historia
preferida, sin duda, la de aquellos dos, el hombre y la mujer hecha a pespuntes con la costilla de debajo del
pezón de una teta de él que se comió una manzana
y fíjense bien, crearon lo que ahora es el mundo. Ja.
Permítanme que les diga que me
han defraudado exageradamente como seres humanos.
Pero ahora ya es demasiado tarde,
ahora ya nada podrá salvarles. Ha llegado el momento en el qu
Y este es el último texto que se
encontró junto al cadáver cuando la policia de Beaufort, a las afueras de París, descubrió el zulo tras doscientos
trece días de secuestro.
Puede que las sustancias alucinógenas que los secuestradores le administraban
entre el escaso alimento que le proporcionaban fomentara su imaginación hasta
llegar al límite que se muestra en esta carta. Lo que sí podemos saber de
cierto es, queridos alumnos, que la imaginación es el único don que no tiene
límites, el único que nos pertenece completo y por decreto y que debería ser
obligatorio, cuando decidan escribir ese ansiado libro, aprender a mirar a
través de infinitos caleidoscopios
que les fomenten otros tantos infinitos universos con los que poder expandirla
aun más.
¿Cómo puede estar esto sin comentarios?
ResponderEliminarDuendes sin corazón.
Te odio mucho, del verbo te tengo en mi cabeza mientras me masturbo.
jajaja.... qué gran verbo
ResponderEliminarLo de los comentarios, no sé, es algo tan relativo... Puedes pensar que se han quedado sin palabras jajaja!!
No, en serio, a mí me gustó ser capaz de abrir las puertas de la imaginación. Estaban enclaustradas. Ese es el reconocimiento para mí :)
Y te quiero, del verbo masturbar, en general