Jaime miraba por la ventana desde su
inseparable compañera de ruedas, tenia una minusvalía
a causa de un accidente de pesca en el cantábrico,
un atun le golpeo precipitandole al agua, por el camino un cavo le
daño la columna a pocos meses de jubilarse. A su regreso todo
cambio, tras unos años arrastrando una adicción
al alcohol, termino en Madrid. Llevaba un tiempo escribiendo sus
memorias, plasmaba a pluma retazos de su vida que luego hilvanaba
como podía. Entre capitulo y capitulo
pegaba un lingotazo a la petaca. En el asilo donde estaba, habían
intentado quitársela varias veces, pero finalmente le dejaron
conservarla, se convertía en un animal insoportable sin ella, hay
quien no aguanta la falta de café o
tabaco, a Jaime era mejor no privarle del combustible, ademas, era un
"borracho decente", tenía experiencia.
Las hojas caían lentamente, como si
quisieran retrasar la llegada del invierno, mejor así, que duros
eran en la península, nada que ver con su tierra. En esta época del
año siempre ocurría lo mismo, Jaime
miraba a su espalda, buscando una sombra que nunca se aparecía,
llego a pensar que todo había sido un
sueño, y que los fantasmas solo vivían en
su cabeza. De vez en cuando se dejaba caer un hijo, o un hermano,
nunca su ex mujer, aquello duro poco, tres
eran demasiados en un matrimonio, al final gano la botella. Los otros
se pasaban mas por culpabilidad, el cariño lo desgasto la apatía
del anciano. Un mostrenco celador le saco de su mente, con
un suabe toque de frente, allí todos sabían que era mejor no
molestarlo por la espalda, nunca sabían
como iba a reaccionar.
- ¿Que quieres Norman?- Sabía quién
era sin abrir los ojos, cada uno tenia su olor a modo de DNI.
- Es la hora señor Barreiro-
- Si no queda mas remedio- todos los
martes y jueves tocaba baño - acabemos cuanto antes-.
Por el camino saludó a Petunia, una
anciana encantadora que jamas se había molestado por nada. Bajo esa
capa de mujer delicada y amable se escondía
una hembra de hierro.
Más tarde el desayuno, ¿qué tocaría
hoy?, no tardo en averiguarlo, un tazón de
café y tostadas con mantequilla,
acompañado de la bollería de costumbre,
congelada y saturada de grasas
transgenicas. Después de untar en el liquido oscuro el pan
amantequillado, la grasa formo un caleidoscopio de brillantes
esferitas incompatibles con el café, el conjunto parecía
los calostros de las vacas de su pueblo amado junto al mar. Un
tropezón estuvo a punto de ahogarlo, tosió hasta dañarse la
garganta y ponerse azul, el pelo blanco se le arremolino, parecía
un pitufo desencajado. Se masajeo los
esternocleidomastoideos. En la mesa de al lado estaban Paco
y los otros, aquellos ancianos obsesivos se comportaban como si aun
estuvieran en sus antiguos trabajos, ex banqueros, corredores de
seguros, inversores y demás calaña. Completamente adictos a
la bolsa, escuchaban sus pequeñas radios que gorjeaban ruiditos
molestos, invocando dioses como el PIB, el EURIBOR, el IVA y cosas
así. Apretó la palanquita del reposa
brazos derecho y salio de allí,
concentrándose en el zumbido del motor de su amiga eléctrica.
Ya en su agujero lo dejaron junto a la
ventana. Pepe, el vecino de la derecha, escuchaba música de su
tierra, las maracas atronaban y las voces del casete decían azúcar
cada dos por tres, el tío se pasaba las horas montando maquetas
victorianas, en ese momento acercaba el pescante de un carruaje real,
abigarrado de adornos dorados, en un tembloroso intento de pegarlo al
conjunto. También tenia barquitos, con
figurillas humanas en cubierta a babor y estribor. Pero lo mas
increíble era la gallina de dos metros, no encajaba en el cuadro. El
asilo parecía un mundo de locos.
Un celador entro con un móvil
en la mano.
- ¿Si?- colgué
y espere a que se marchara. El pasado siempre vuelve, el fantasma
tenia voz, y cuerpo, el infierno se me abrió
bajo los pies.
Los remordimientos no servirían
de nada, llevo la silla a la pared opuesta a la del maracas, en el
zocalo dio unos golpecitos en una tubería. Al
poco se presento un vejete enjuto y sonriente.
- ¿Como estas?- hablaba en tono
confidente. Max era ingles, nadie sabia como había
terminado allí, veterano guerra, miembro
honorifico de la RAF, entretenía su vida, haciendo de los hábitos
cotidianos una misión militar sin precedentes, tras la fachada de
anciano infantil y juguetón se escondía
una mente despierta, incansable.
- Necesito ayuda, tengo que salir de
aquí-.
- Vaya, una operación de evasión-.
- Si, una huida-.
- No es lo mismo- era mejor no
discutir esas cuestiones, podía resultar
eterno.
- Vale, tengo que llamar pero no
quiero usar los teléfonos del asilo, y
necesito un hierro-.
- Bien, lo primero es fácil,
lo segundo te costara caro-.
- Eso no es problema, puedes
conseguirlo o no-.
- Con quien te crees que estas
hablando, lo tengo todo en la habitación-.
- ¿Cuanto?-.
- 999, por ser tu-.
- Cof cof cof- desde el desayuno le
daban ataques esporádicos de tos.
- No soy un estafador-.
- Tranquilo, no es por ti, ese
palindromo me parece un buen precio-.
Después de cerrar el trato y llamar
para comprar un billete de autobús, repaso junto a la ventana el
plan, podía permitirse un coche alquilado con chófer,
pero eso dejaba rastro. Tenia la salida al día
siguiente a las doce del medio día.
Después de hilar lo todo con razón
analítica, cerro los ojos, imagino un mundo paralelo, donde todo
resultaba distinto, sin accidente, sin la maldita esclavitud de la
silla, una historia totalmente diferente.
Un aspirante a jardinero, miraba
embobado una libélula fugaz verde
fosforescente jugar con el aire.
El cansancio se apodero de el, se
encamino al catre, por la puerta abierta cruzo manolo, su nieto le
hacia de lazarillo un par de horas al día,
lo sacaba al jardín y hablaban de la escuela, se le veía feliz. Lo
echaría de menos, un tipo tranquilo de
conversación amena.
Lo que no echaría en falta era el
maldito edificio, situado cerca de un polígono
que después de años de labor, había creado una zona de aguas
estancadas a un kilómetro de allí, cuando
el viento soplaba, un miasma viajero
convertía la finca en hábitat
insoportable.
Por la mañana pidió un taxi, su
compinche lo llevo hasta la puerta con la excusa de un paseo, una vez
fuera se despidió y salio pitando, con suerte, estaría
camino de Lugo cuando advirtieran su ausencia. En la estación
esperó junto a la enorme maleta negra, faltaban unos minutos.
- ¿Jaime?- el terror le invadió,
paralizándole el resto del cuerpo que aun le funcionaba.
- Ha pasado mucho tiempo, muchos años,
pero no he dejado de buscarte, y mira, finalmente volvemos a vernos,
¿qué te parece?, no estaba seguro de que fueras tú cuando te llame
el otro día. Me lo has puesto muy fácil,
solo tuve que esperar unas horas antes de ver a un anciano en silla
de ruedas abandonar el centro. ¿ Y Cuantos abuelos se van corriendo
del asilo cuando les llama un viejo amigo?, ¿eh?... Carlos, pues
tú, solo tú y tú silla lo haríais, a
toda velocidad.
En ese momento llego el transporte, los
dos hombres lo miraron y se miraron.
- Ni se te ocurra moverte del sitio,
tampoco quiero que grites, me gustaría golpearte si lo hicieras,
pero después de
años tras de ti, ya se apago la rabia. ¿Supongo que en esa maleta
llevas lo mio?, espero por tu bien que no te lo hayas gastado todo.
El vehículo reculo y abandono el
sotechado dejándolo en tierra. Le quedó
una sensación de llevar toda la vida en
ninguna parte, obligado a dejar su casa, incluso la mar que tanto
amaba. Saltando de residencia en residencia, sin un sitio al que
anclarse. Ya se había arrepentido miles de
veces de coger ese dinero. El patrón para el que trabajaba, también
transportaba drogas a modo de lucrativo sobresueldo, un día vio la
mercancía y otro se llevo el botín, pensó
que no le descubrirían entre tanta
tripulación. El patrón
interpreto correctamente el silencio de Carlos.
- Supongo que repasas los buenos
viejos tiempos ¿eh?, ¿aun crees que fue el atún
el que te golpeo la espalda?. ¿Sabes como supe que fuiste tú el que
cogió la pasta?.
A Carlos le daba igual, así como el
dinero, se había pasado los últimos
años, abrigando la esperanza vacía de un cambio que nunca llegaría.
Aferrado al dinero robado como una forma de sobrevivir al accidente.
Sin embargo perdió todo lo que le importaba, todo.
Agarro con fuerza la pechera del patrón y
enfilo imprimiendo toda la potencia de la silla hacia el borde del
anden, el motorcillo aulló valiente, no así los ojos del patrón
que se abrieron como platos cuando vio acercarse el autobús
que estacionaba en ese momento. El golpe mato a los dos hombres,
Carlos aun tuvo unos segundos, lo suficiente para sentir un poquito
de satisfacción antes de sumergirse en la oscuridad,
como cuando buceaba en las aguas negras de su tierra, en busca de
mejillones.