Perpetuo, lucidez, humeante, resbalar, Antígona
Valeriana, persiana, cansancio, botella, gato
Efímero, apagado, acierto, filtro, candado
Era el agonías. Le encontraras donde le encontraras y en el momento vital por el que estuviera pasando era todo un perpetuo quejarse y lamentarse de la nada que le estuviera ocurriendo en aquel momento, porque él había inventado el sufrimiento y la desdicha y la desgracia. Hay que joderse.
- Me estoy muriendo de ganas de dejar este trabajo que me agota y de olvidarme de este jefe que se me come vivo y de irme de vacaciones. Me estoy muriendo de ganas de acabar las vacaciones y dejar de escuchar a mi suegra todo el día y de aguantar a los niños con sus gritos y de limpiarme la arena de la playa.
Era funcionario.
Su mujer era auxiliar de clínica en un pequeño centro de estética. Tenía el carácter tibio de las mujeres que viven en mundos pequeños y no tienen más horizontes que hacer la comida del día siguiente antes de irse a dormir.
Se les hizo de noche antes de que se dieran cuenta de que él tenía que recoger a los niños en el colegio, a base de matarse a cabezazos contra las portezuelas del coche, follando como conejos. Cuando agonías llegó por fin a casa las luces estaban apagadas, menos la de la cocina; los niños no dormían en sus camas y el gato no ronroneaba en el sofá del salón.
- Te he preparado una valeriana, vendrás cansado.
- Se me ha ido el santo al cielo, me olvidé de recoger a los críos, he tenido tanto trabajo, no puedo con mi vida.
- Bébete la valeriana.
- Este trabajo me está matando, este jefe se cree el dueño de mi vida, así no hay quien viva.
- Bébete la valeriana.
-Tú no sabes lo mal que lo estoy pasando haciendo estos informes. Tú no entiendes el estrés que estoy sufriendo, no te puedes imaginar lo mal que duermo.
-Bébete la valeriana.
Agonías dio un par de tragos de la taza humeante y se continuó quejando de todo, de la nada; siguió hablando. Su mujer, sentada muy serena en la banqueta ante la mesa de la cocina, asentía mirando a las farolas de la calle a través de la persiana entreabierta, fumándose un cigarrillo tras otro hasta el filtro, sacudiendo con una mano enguantada la ceniza que caía distraída en su regazo.
- Bébete la valeriana, siéntate aquí un momento- le decía.
Agonías sintió el cansancio convertirse en mareo y el mareo convertirse en asfixia y, mientras resbalaba hasta el suelo, aún le dio tiempo a ver sobre la encimera de la cocina la pequeña botella con la etiqueta de bótox, ahora vacía. Y casi tener un momento de lucidez...pero no llegó a tanto. Al fin y al cabo, había estado demasiado ocupado consigo mismo para entender. El ataque fue muy rápido y el estertor de la muerte fue muy corto, y la agonía que hacía sufrir a los demás fue, por una vez y para siempre, efímera. Con los guantes aún puestos, su mujer recogió todas las pruebas, metió su maleta en el coche, cerró el candado de la verja; enfiló la carretera hacia la costa, donde ya la esperaban sus padres, los niños y el gato, para pasar las navidades, tal y como habían quedado. Tal y como ella había contado a todos sus amigos desde semanas antes, lamentando que su pobre marido se quedaría en casa para poder trabajar; trabajaba tanto. Tal y como conocían en el colegio, donde no esperaban que aquel día él recogiera a los niños, tal y como bien sabía su amante esporádica, que le había entretenido hasta tarde. La misma que ahora se sentaba en el coche de su mujer, en el asiento del copiloto. Hacia la playa, hacia la playa, y empezar una nueva vida.